Reconectar después del trauma

Existen diversas maneras de vivir una experiencia traumática: Dejar a un bebé llorar hasta que se duerma porque la matrona nos lo recomendó o porque es la última tendencia en crianza; llenar a los niños de cosas materiales, pero nunca estar en contención amorosa, expresión de afectos y cuidados; crecer insertos en un hogar donde reinan gritos, golpes, abusos, negligencia, o solo la indiferencia y frialdad. En cualquier caso, el vivir una experiencia que nos marca y da un vuelco a nuestra vida: una violación, la enfermedad repentina de un ser querido, la muerte de un cercano o el término de una relación significativa.

 ¿Qué es un trauma?

En el documental “The Wisdom of Trauma”, Gabor Maté explica que el trauma es una desconexión del ser, en donde nos resulta demasiado doloroso y amenazante ser auténticamente nosotros mismos, convirtiéndose en una dinámica de vida donde huimos del sentir, nos anestesiamos y nos disociamos de nosotros mismos. No sabemos qué hacer con las emociones, nos sentimos incómodos en relaciones donde tenemos que exponer más de lo que podemos sostener, dejamos de guiarnos por nuestra intuición, desatendemos las propias necesidades, perdemos autenticidad y, en muchas ocasiones, somos poco asertivos al momento de vincularnos.(1)

Las vivencias que nos atraviesan en la primera infancia son cruciales para comprender el grado de desconexión de sí mismo con el que puede crecer un ser humano. Para un niño que vive en un espacio amenazante, el trauma aparece como ese espacio abrumador con el que no sabe qué hacer: se siente solo, sin tener la posibilidad de pedir ayuda o compañía. Entonces crece con altos índices de ansiedad, nerviosismo y cortisol (hormona del estrés), en constante estado de hipervigilancia y alerta, y con un sistema nervioso que no se puede relajar. Desde un punto de vista fisiológico, ese niño se desenvuelve consigo mismo y con su entorno desde su cerebro primitivo -encargado de la supervivencia-, siendo la lucha, la huída y/o el congelamiento sus modos de funcionamiento.

A su vez, esto afecta el desarrollo cerebral, específicamente diferentes circuitos o redes neuronales ubicados en la zona de la corteza media frontal, encargada de las reacciones, las respuestas, la autorregulación, los modos de afrontar el estrés y la interacción con los demás, la capacidad de empatía, los grados de reflexión y compasión que tenemos. Todas estas funciones se ven limitadas por un trauma, en tanto el cerebro se desarrolla en interacción con el entorno, y desde ahí define y condiciona el tipo de respuestas y relaciones que establece hacia sí mismo y con el mundo.(2)

 
¿Qué constituye un hecho traumático y cómo se crea?

Para profundizar en este tema, es relevante comprender que todas las personas tienen dos necesidades fundamentales, las cuales se moldean en la etapa de la niñez: el apego y la autenticidad. El apego se traduce como la necesidad biológica e instintiva de sentir al otro, implica el cubrir la necesidad de tacto y contacto entre los seres humanos, por medio de la mirada, la caricia, la escucha activa, la conexión y, por sobretodo, de saber que independientemente de lo que haga, el otro como adulto estará para mí incondicionalmente, sintiéndome seguro, protegido, amado y cobijado. Por otra parte, la autenticidad se relaciona con la capacidad de mostrarme tal cual soy, de ser aceptado sin tapujos ni represiones.(3)

Ahora, si me privan de ser mí mismo, de mis expresiones emocionales, de mi comportamiento, comienzo a reprimir esas emociones por temor a que el apego vincular se vea perjudicado. De este modo, me desconecto de mí mismo y me amoldo a las necesidades del resto, invisibilizando las propias y perdiéndome a mí mismo. Lo complejo se encuentra en que ese adulto que no contuvo, no lo hizo por falta de amor, sino porque también vive traumatizado, herido y desconectado de sus propias emociones y necesidades, y carece de herramientas para contener.

No hay culpable: se trata de un trauma, una herida y una desconexión transgeneracional, ya que lo aprendemos tanto como conductas que replicamos generación tras generación, como también a nivel biológico a través de la memoria celular. Los últimos estudios científicos realizados en el campo de la biología celular demuestran el modo en que los pensamientos, las creencias y las emociones actúan a través de la membrana celular para controlar la conducta y la fisiología de las células, lo que llega a afectar nuestro ADN. Esta afectación es traspasada por medio del vientre materno hasta tres generaciones, con lo que se transmiten traumas y dolores familiares.(4)

 

 ¿Cómo sano un trauma y cómo vuelvo a conectar conmigo mismo desde un espacio seguro?

Lo primero es comprender que no somos nuestras respuestas y huellas traumáticas; podemos trabajarlas para convertirnos auténticamente en nosotros mismos, y darnos cuenta que éstas son como un velo con el que nos acostumbramos a ver y percibir la realidad. Es importante entender que la respuesta responde al trauma que se originó en el pasado, no a lo que está ocurriendo en la actualidad, y que por eso condiciona. Ir a la raíz del problema es profundamente aliviador. No somos el trauma.

Para el proceso de sanación es fundamental darle voz y espacio al trauma, acompañar a ese niño interno que, siendo ahora adulto, podemos validar, amar, proteger, escuchar y contener. La escucha compasiva, incondicional y sin juicio de esa necesidad que no fue cubierta. El acto simbólico de “hacer casita” en tu corazón a ese niño interno que habita dentro de uno, ayuda a generar ese resguardo, ese lugar seguro y cálido que necesitamos como adultos para reparar nuestras heridas; siempre por medio de un acompañamiento terapéutico que nos permita profundizar en ese trauma y dejarse sostener por el otro-terapeuta en ese tránsito a sanar.

Por último, es bueno amigarnos del síntoma, reconocerlo como el vehículo por el cual nuestro cuerpo en todas sus dimensiones pide ser atendido y visto. Una depresión, una crisis de pánico, una fobia, una adicción, un resfrío, un cáncer, un tumor pueden ser percibidos como un regalo para hacernos cargo de nuestras propias heridas traumáticas y desconexión.

 

Bibliografía

(1), (2) y (3) Documental “The Wisdom of Trauma” Gabor Maté.

(4) “Este dolor no es mío: Identifica y resuelve los traumas familiares heredados” Mark Wolynn. Pp. 32-33.

Autora: Ariela Concha Ferreccio. 

Psicóloga Humanista Transpersonal, Universidad Diego Portales. Terapeuta Floral, Universo Floral. Terapeuta de EFT-Tapping (Técnica de Liberación Emocional) y Matrix Reimprinting. Ancestróloga.

Teléfono de contacto: +569 88278755.

Mail: a.concha.ferreccio@gmail.com

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